Asociación de Trasplantados de Hígado de la Comunidad de Madrid
Asociación de Trasplantados de Hígado de la Comunidad de Madrid

Testimonios

Esta es mi historia, tan distinta y tan igual a cada una de los que transitamos este camino.

Esto comenzó hace muchos años ya, dieciocho en realidad, por 1989, era joven, no había llegado a los 30, tenía (y tengo) como marido un ser muy especial y dos hijos preciosos (de 3 y 5 años), vivíamos en un lugarcito del mundo donde siempre está Dios, al lado del Glaciar Perito Moreno, en Argentina, me dedicaba a dar clases a los niños pequeños de preescolar.

Todo en mi era energía, alegría y positivismo, pero poco a poco comencé a sentirme cansada, muy cansada, me costaba levantar los pies, mover mi cuerpo, me quedaba “dormida como inconsciente”..(ya sabemos por qué), cualquier cosa que me rozara me infectaba; algo pasaba y mi mente y corazón me decían que no era bueno, nada bueno.

Allí comenzó el peregrinaje de médico en médico, nadie daba importancia, hasta que el médico que me atendía desde pequeña me dijo clarito que si no hacíamos algo ya el cuadro terminaba en cirrosis y me derivó al Hospital Italiano, en Buenos Aires.

No hubo tiempo para demasiados estudios, ya todo estaba comprometido, colangitis esclerosante primaria con cirrosis biliar secundaria, sin olvidarnos de las várices esofágicas y demás componentes, por supuesto.

Debía ingresar en lista de espera para trasplante hepático en forma urgente.

Había habido en Argentina muy pocos casos de trasplantes hasta esa época, el común de la gente ni sabía de qué se trataba, era un gran “cuco”, daba mucho miedo.

Cuando fui conciente de la realidad debí preguntarme ¿debo aceptar la muerte de otra persona para salvar mi vida? ¿sería capaz de donar los órganos de uno de mis pequeños hijos? No fue fácil, pero supe con certeza que, llegado el caso,  ante el más profundo dolor por la muerte de uno de ellos, donaría sus órganos y eso me daría paz, por lo que acepté mi condición de receptora.

 Los transplantes no estaban contemplado en las Obras Sociales, no había quien lo pagara y nosotros, desde ya no teníamos esa cantidad de dólares, allí comenzó el nuevo peregrinaje, ésta vez por el dinero, pero nuestra meta era tan clara, que no pudieron decirnos que no; ingresé en lista de espera.

Nos fuimos a vivir a Buenos Aires, cerca del Centro de Trasplantes  con mi marido, mis dos hijitos y mi Mamá (ya que yo no podía atender a mis niños).

 Esperamos nueve eternos meses en los que el organismo se deterioraba a pasos agigantados; en los que todos los días había que reinventarse con fuerza, con alegría, con fe, con esperanza; en los que el alma aprendía de la vida y de la muerte; en los que mi marido, ese ser tan especial, encontró todos los medios para mantenerme y mantenerse con una sonrisa; en los que mi Madre hizo que mis hijos no perdieran un día de escuela, de juegos en la plaza. Nunca me pregunte ¿por qué a mi? al contrario, siempre dije “menos mal que fui yo y no algún ser querido”.  Éramos una familia “normal” a los ojos de los demás.

Al final de ese tiempo que parecía eterno el cansancio del cuerpo le llegó al alma, y un día ya no quise levantarme de la cama, ya no respondía y si Dios me llamaba……

Ese fue el día en que Daniel, mi marido, dejó la sonrisa de lado y me obligó a levantarme,  bañarme, vestirme “maquillarme” y salir a la calle…pues fue allí donde recibí el llamado del Centro de Trasplantes, un operativo estaba en marcha y el órgano era compatible con el mío….

Entré a quirófano un poquitín nerviosa, pero con mucha paz, el despertar y las primeras horas no fueron las mejores, hubo que reoperar (problemas con la arteria hepática), pero poco a poco el organismo fue saliendo adelante, sentí como aprendía nuevamente a realizar sus funciones, y aprendí a respetarlo, a darle su tiempo, a escucharlo.

Superé esa primer etapa con el compromiso y cariño de los médicos y el apoyo de la familia y la gente; estábamos felices, agradecidos a Dios, al donante y su familia, a los médicos, y yo, además, a mi familia, sin ellos hubiera sido imposible salir.

De allí en más, viví la vida mirándola con ojos grandes, con asombro, como que fuera todo nuevo, dando gracias permanentes, con un código especial con mi cuerpo, él me marcaba las pautas y si yo no las cumplía, al otro día tenían que internarme, por lo que aprendí a cuidarme y cuidarlo como lo más preciado. 

Así viví 10 años.

Pero se ve que no había aprendido todo lo que debía en ésta vida.

En el año 1997, sin previo aviso, de golpe, todos los análisis me dieron mal, muy mal, diagnosticaron Trombosis de Arteria Hepática. Noooooooooooooo, otra vez noooo, no estaba preparada para ello, mi familia tampoco.

 Nuevamente surgieron las preguntas ¿Qué hice mal? Sentí que le había fallado al donante y que ahora necesitaba a alguien más…; fue muy duro, pero como las cosas son “perfectas” en éste camino que recorremos, ya no tenía tiempo para pensar nada, estaba en el fin, por lo que nuevamente ingresé en Lista de Urgencia Nacional, no podía superar los 30 días, esos días me sirvieron para darme cuenta nuevamente que las cosas no las dispone el hombre,

que si son así es por algo, que Dios  es quien nos coloca las piedras en el camino para que aprendamos a vivir y a dar.

Nuevamente vi como el organismo perdía vida, ni sangre casi salía de las venas, por eso mi alma y mi mente comenzaron a tener fe, alegría, paz y esperanza y un día después de la Navidad, en el día Nº 29 de la lista de espera,  llegó el nuevo órgano, sentí  plenitud en ese momento.

Ya pasaron 11 años desde aquel día, los primeros tiempos sabemos que hay que cuidarse y mucho, pero luego, ya comencé a sentir la vida a pleno, me cuido, claro que sí, pero no vivo pensando en “enfermedad”  nunca estuve enferma, simplemente tenía que aprender y esa lección ya la aprobé, me queda la enseñanza para poder enfrentar todas aquellas nuevas lecciones que me toquen vivir.

 

De toda esta historia hay muchos “capítulos aparte”, mi familia: mi puntal, mi marido: ya es parte de mí, la brújula, es el sol que me da la energía ; mis hijos: (ya grandes hoy) el alimento del alma; los donantes: simplemente “la vida”; la familia grande: son los que siempre están, para todo, cuando y como sea; los amigos: algunos se me “esfumaron” por el camino como es lógico y otros están y me reconfortan; los médicos: genios muy humanos; los desconocidos: impresionante, estuvieron con sus oraciones en todo momento.

 

 Desde estas líneas quiero acercarme a todos aquellos que hemos vivido esta experiencia, y a todos aquellos que están por vivirla, creo que cuando compartimos experiencias, hablamos de los sinsabores y de los logros, nos potenciarnos, y, así como en algún momento “alguien” nos sacó adelante, bien podemos hoy ser nosotros ese “alguien” para otros, por lo que dejo mi dirección de correo electrónico con la esperanza de que se animen y me escriban.

 

Pero si estoy aquí es por algo y por alguien, hace unos años decidimos venir a la tierra de mi padre, Asturiano él, para hacer el camino a la inversa, cerrar el círculo, para lo cual, primero debía saber como era el tema de la medicación aquí, los controles, etc., mirando en Internet encuentro una Asociación de Trasplantes Hepáticos, envío un e-mail y me contesta un tal “Sr., Juventino Calvo”… pidiéndome mi dirección postal, para poder enviar toda la información que yo solicitaba, por supuesto pensé que eso no llegaría nunca…..¡y me equivoqué!…pido perdón públicamente, al tiempito me llegó mucho más de lo pedido, todo muy claro y muy amablemente explicado. 

De más está decir que en cuanto llegué a España envié nuevo e-mail, al que “Don Juventino” me respondió, ¡directamente con una llamada telefónica! A partir de ése momento él fue quien me guió, me aconsejó y me arropó. Tuve el gran placer de conocerlo junto a su esposa y quiero expresarte Juventino, desde aquí, mi sincero agradecimiento y recordarte que, (aunque no te llame muy a menudo), estás en mi corazón y en el de mi familia.

 

SUERTE, MUCHA SUERTE, PLENITUD, PAZ, SALUD, FUERZA Y ALEGRÍA PARA TODOS

 

Cristina A. Riera García

 

 


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